Título original:
Amour
Director: Michael
Haneke
País: Austria
(2012)
Duración: 127
min.
Amor, enfermedad y muerte
Unos bellos ojos marinos,
envueltos en un mirada perdida en medio de la piel agrietada y manchada por el
inexorable pasar del tiempo. Allí transcurre la última película del director
Michael Haneke, quien nos presenta la historia de una pareja de ancianos, que, a
través de las indolentes marcas de la edad deben librar la batalla más difícil
de todas: de la enfermedad y la muerte.
Anne (Emmanuelle
Riva) y Georges (Jean-Louis Trintignant) son una
pareja que vive los últimos años de su vida. Ambos, cultores de la música,
fueron profesores de piano, y ahora retirados, pasan una vida entre pequeñas
comidas caseras y presentaciones de música en el teatro. Invitados por antiguos
estudiantes, algunos prodigios del piano, son los pocos momentos que salen de
su hogar. Todo transcurre con la normalidad de la vejez que disfrutan juntos, hasta
una mañana en que Anne sufre un leve ataque catatónico, producto de una apoplejía,
que le inmoviliza medio cuerpo. Su enfermedad es degenerativa y a cada
momento la vuelve más inútil para realizar actividades tan comunes como
alimentarse o hacer sus necesidades. Solamente Georges queda a su lado para
acompañarla y proveerle todo lo que necesita. Para el espectador atento el
desenlace es evidente, aunque la película de Haneke excede las expectativas.
Es una película sencilla y
desgarradora, aunque no lastimera, debido a que no presenta escenas trágicas y
extraordinarias que ocurren en la vida, sino la vida misma. Es el desenlace de
todo ser humano que llega a la vejez, es el tránsito normal que todos viven o
deben vivir aunque nadie quiere saberlo. Lo realmente extraordinario en la
película es el cuidado de ambos (Georges y Anne) por cuidar la dignidad que les
queda como pareja, como músicos y como seres humanos. No buscan la lástima, ni
de sus familiares, ni de sus amigos, ni de los propios espectadores. Viven la
podredumbre de la vida con el mayor estoicismo. En medio, un sueño de Georges (donde
sale al pasillo inundado de agua y una mano le cierra la boca) pareciera
mostrar la crisis que se avecina, y la imposibilidad de insuflarle aliento (es
decir, vida) a quien se encuentra en peligro (Anne). Al mismo tiempo, hay dos
escenas encantadoras de una palomita que ingresa por la ventana a su
apartamento (la primera vez, Georges la ahuyenta, y la segunda la atrapa pero
la deja libre), que pareciera mostrar el miedo y luego su desafío a la muerte. Cuando espanta a
la muerte aún teme de ella, sin embargo, cuando la atrapa y la deja libre es
porque la ha hecho suya, la detenta aunque no puede poseerla.
Michael Haneke no pudo haber sido
más preciso al elegir una palabra tan ambigua para darle el nombre a esta
película: Amor. Lejos de su concepto vacío y publicitario, Amor es la mayor
expresión de la vida. El amor es placer, es dolor, es muerte. Un gran amigo y
agudo crítico de la vida, luego de haber visto está película, me comentó: “Da
la sensación de haber salido de un funeral”. Que no implica una sensación
triste sino aturdida, pues produce un pasmo que nos invade al ver la cruda
realidad que se esconde detrás de nuestros prejuicios, alegrías y debilidades.
Amor es una película que se
disfruta, se vive, y de alguna forma, se rememora cada día.