jueves, 10 de enero de 2013

Nosferatu, el vampiro de la noche: Werner Herzog



Título original: Nosferatu, phantom der Nacht
Director: Werner Herzog
País: Alemania (1979)
Duración: 107 min.

Esta película es un remake de la incomparable película muda, que lleva el mismo nombre, realizada en 1922 por el director alemán F.W. Murnau. Sin intención opacar en nada el bien merecido reconocimiento de esta gran obra, creemos que el trabajo realizado por Werner Herzog ha revivido el mito del vampiro de una forma inmensamente original y extraordinaria, como veremos a continuación.

Pese que ya existía una larga tradición de películas de terror y donde Hollywood había delineado la imagen harto conocida del vampiro, el Nosferatu de Herzog se aleja visiblemente de esa línea. No es un vampiro seductor, seguro de sí mismo y caracterizado por una inteligencia prominente, producto de sus largos años de vida, sino, es más bien un ser animalizado, impulsivo e ingenuo. Actúa por impulsos descontrolados que nunca termina de comprender. Asimismo, no es el vampiro que reniega de su condenación a las tinieblas, más al contrario la acepta y la justifica como una forma para alejarse de las banalidades. Lo verdaderamente terrible es “seguir viviendo”, el peso irrefrenable de la vida eterna es la verdadera condena. Cada paso en su vida es un paso ya recorrido y que será repetido eternamente. Nadie que ha vivido siglos y sin esperanzas, como se ve en el cuento “El Inmortal” de J.L. Borges, puede elegir la racionalidad y la elegancia como un medio de vida. La inmortalidad, además, crea un sistema de valores que difícilmente comprenderemos los mortales. Tampoco es una tarea fácil desempolvar siglos de aislamiento para empezar una nueva vida chupando sangre en otra ciudad. Es por ello que, desde el inicio, la decisión del Conde Drácula es una tarea estéril. Mudarse a la ciudad es un camino seguro hacia su muerte; que puede saberlo o no, pero se dirige solamente por impulso de su pasión, reflejada en la pasión por la esposa de Harker.

La soledad es otro signo importante del vampiro de Herzog. Pero no es una soledad constructiva a la manera de un asceta que elige el aislamiento como una forma de crecimiento espiritual, sino es una soledad nociva y destructiva en sí misma. Lejos de que los años hayan hecho de él un individuo reflexivo, inteligente, entendido en muchos asuntos, carismático y con cualidades de seducción, más bien el tiempo ha cincelado en su ser una arisca timidez y una irrefrenable violencia.  Por tal motivo, la ola de matanzas que perpetra al ingresar en la ciudad se convierte en un asunto público comparable a la tragedia de una plaga, y no es una cuestión de casos aislados destinados a ser resueltos por un pequeño grupo de personas a la cabeza de un experto. Es en este punto donde también se produce un quiebre entre la obra de Herzog frente a otras cinematografías, incluidas obras literarias como la afamada novela de Bram Stoker. No se puede confrontar un mito, o a un ser fantástico con la sola razón. Hay una pugna entre la veracidad científica y las creencias de la fe. El afán cientificista de Van Helsing lo hace inservible en esta obra, frente a una Lucy que actúa por intuición, más que por razonamiento o por conocimientos históricos. El procedimiento más acertado es atacar al Nosferatu en la telaraña de sus pasiones. De esta forma, el conde Drácula, sucumbe a las monstruosidades de sus propios desenfrenos. Sucumbe a una pasión más fuerte aún que su necesidad de sobrevivir… sucumbe al amor. Parafraseando a Baudelaire, finalizamos afirmando que el amor fue para Drácula es esa terrible necesidad de perderse y perecer en la carne del otro.

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